Durante décadas, los ceniceros eran parte imprescindible de cualquier coche. Sin embargo, con el descenso del tabaquismo y el aumento de la conciencia sobre salud, se convirtieron en un elemento indeseado. Requerían limpieza constante y generaban malos olores. Hoy prácticamente ningún coche los incluye, reemplazados por espacios de almacenamiento mucho más útiles.
Las antenas retráctiles fueron diseñadas para protegerse cuando el coche estaba apagado, pero su mecanismo resultaba frágil. Los pequeños motores fallaban con facilidad, dejando la antena atascada en posición extendida o retraída. Además, con la llegada de las antenas integradas en lunas o techos, esta característica pasó rápidamente al olvido, siendo considerada más un dolor de cabeza que un avance.
Los primeros sistemas de climatización automática parecían futuristas: mantener la temperatura ideal sin que el conductor tocase nada. El problema era que eran inexactos y poco fiables, dejando a menudo a los ocupantes con demasiado frío o calor. Con el tiempo, la tecnología de sensores mejoró, pero aquellos primeros intentos dejaron una huella amarga tanto para usuarios como fabricantes.
Algunos station wagons ofrecían una tercera fila de asientos orientada hacia atrás, una idea que prometía más capacidad para familias numerosas. Sin embargo, estos asientos eran incómodos, inseguros en choques traseros y generaban mareo en los pasajeros. La evolución hacia los SUV y monovolúmenes modernos dejó claro que esta solución nunca fue la mejor opción.
En la época previa al smartphone, los car phones eran sinónimo de lujo y modernidad. Permitían llamar desde el coche, pero eran caros, voluminosos y requerían instalación especial. Con la llegada de los móviles y más tarde el Bluetooth, se volvieron obsoletos casi de inmediato. Hoy en día son más una curiosidad histórica que un avance recordado.
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