Las baterías de los coches eléctricos dependen de materiales como el litio o el cobalto, cuya extracción plantea serios problemas medioambientales y éticos. Cada vez más consumidores son conscientes de esta realidad, lo que erosiona la percepción “verde” de la movilidad eléctrica. El reto de las marcas es garantizar un suministro más responsable y sostenible.
Los híbridos han encontrado su espacio como opción intermedia. Ofrecen autonomía y fiabilidad de un motor de combustión, junto con eficiencia eléctrica en ciudad. Para muchos conductores representan lo mejor de ambos mundos, lo que les convierte en rivales directos de los eléctricos puros. Además, el abanico de modelos híbridos crece año tras año, restando protagonismo a los BEV.
El aumento del parque de eléctricos genera dudas sobre la capacidad de las infraestructuras. En países o regiones con redes poco estables, los usuarios temen no poder cargar sus coches con regularidad. Este riesgo de colapso o falta de puntos de carga resta confianza y se convierte en una de las principales barreras para la adopción masiva.
A pesar de tener menos piezas móviles que un coche tradicional, los eléctricos presentan tecnología mucho más compleja. Esto significa que las reparaciones requieren técnicos altamente especializados, difíciles de encontrar fuera de las grandes ciudades. Como resultado, los costes y los tiempos de espera para reparaciones son más altos, lo que frena a muchos compradores potenciales.
El mayor enemigo de un eléctrico es el invierno. En condiciones de bajas temperaturas, la eficiencia de la batería cae de forma notable, lo que reduce la autonomía y compromete la fiabilidad del vehículo. Para quienes viven en zonas frías, esta limitación genera inseguridad, ya que la autonomía real puede caer hasta un 30%.
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