En 1965, Ralph Nader publicó “Unsafe at Any Speed”, denunciando supuestos defectos estructurales del Corvair, especialmente su suspensión trasera con eje oscilante. Afirmaba que concentraba demasiado peso en el eje trasero, generando inestabilidad. Aunque su crítica apuntaba a toda la industria, el Corvair fue el protagonista involuntario del debate sobre seguridad vial.
El motor refrigerado por aire, similar al del Beetle o incluso a los tanques militares, marcó la diferencia. Si bien aportaba ligereza y un compartimento de pasajeros más fresco, su sensibilidad al sobrecalentamiento y necesidad de flujo constante de aire suponían un reto. Chevrolet asumió ese riesgo con la convicción de estar ante algo único.
Edward N. Cole, líder del proyecto, quería algo revolucionario: motor refrigerado por aire, piso plano, mayor tracción y sin necesidad de asistencia en frenos o dirección. El Corvair ofrecía una alternativa técnica y estética a todo lo conocido en Estados Unidos. Era, sin duda, un compacto pensado para algo más que cumplir.
El Corvair de 1960 rompía con los esquemas tradicionales: un motor trasero, tracción trasera y un enfoque económico. El modelo 700 Series ofrecía 80 CV y un comportamiento sorprendente para su tamaño. A lo largo de los años se introdujeron versiones más potentes como el Spyder turboalimentado de 150 CV y el Corsa, que llegaba hasta los 180 CV, superando con creces a sus rivales europeos.
En los años 60, los compactos ganaban terreno en Estados Unidos. Chevrolet decidió entrar en ese segmento con el Corvair, un coche que pretendía ser más espacioso y atractivo que el Beetle alemán. Su diseño y concepto nacieron como respuesta directa al éxito del pequeño Volkswagen, buscando una fórmula americana con mayor rendimiento y confort.
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