El caso del Ford Pinto es posiblemente el ejemplo más infame de negligencia en la industria automotriz. Su diseño colocaba el depósito de combustible detrás del eje trasero, una decisión que lo hacía extremadamente vulnerable en colisiones por alcance. Incluso impactos moderados podían provocar explosiones e incendios mortales. El escándalo fue tan grande que la empresa fue llevada a juicio y la historia del Pinto se estudia hoy en día como un caso emblemático de fallos éticos en ingeniería.
El Dodge Challenger, con su diseño musculoso y motores de alto rendimiento, es un coche diseñado para la velocidad. Pero sus cifras de seguridad pintan un cuadro preocupante: 154 muertes por cada millón de unidades registradas, convirtiéndolo en uno de los coches más mortales en Estados Unidos. Si bien parte de esta estadística se debe a la conducta imprudente de algunos conductores, la combinación de potencia y bajo control sigue siendo una mezcla peligrosa.
El Geo Metro, vendido como una solución económica y eficiente para la movilidad urbana, se convirtió rápidamente en sinónimo de fragilidad extrema. Su estructura era tan endeble que muchos usuarios lo comparaban con una lata de refresco con ruedas. En pruebas de impacto, sus resultados eran catastróficos, especialmente en colisiones laterales. Si bien era barato y ahorrador de combustible, su nivel de protección era prácticamente inexistente.
El Chevrolet Corvair fue uno de los modelos más controvertidos en la historia del automóvil estadounidense. Su manejo inestable y comportamiento impredecible causaron múltiples accidentes, especialmente en condiciones adversas. Además, se reportaron casos de fugas de gases tóxicos al habitáculo, lo que aumentó aún más su mala reputación. Fue el coche que motivó el libro Unsafe at Any Speed de Ralph Nader, iniciando así un movimiento por la seguridad vial en EE. UU.
Aunque el Delorean DMC-12 se ganó la inmortalidad cinematográfica gracias a Regreso al Futuro, su diseño en la vida real dejaba mucho que desear en términos de seguridad. Su característica más llamativa, las puertas de ala de gaviota, carecían de un sistema de liberación rápida. Esto significaba que, tras un accidente, los ocupantes podían quedar atrapados, una situación crítica en caso de incendio o vuelco. Un icono estético, sí, pero un peligro en caso de colisión.
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