El Chevrolet Spark EV parecía tener todo para triunfar: bajo precio, sorprendente aceleración y buen comportamiento urbano. Sin embargo, la falta de apoyo de General Motors lo condenó. Varias llamadas a revisión afectaron a los primeros lotes y, con el tiempo, resultó casi imposible conseguir recambios de batería, dejando a muchos dueños con coches inútiles.
El Kia Soul EV fue un eléctrico diferente, con diseño juvenil y buena respuesta en ciudad. Pero las primeras generaciones estuvieron marcadas por riesgos de sobrecalentamiento en las baterías, fallos de fiabilidad y una autonomía escasa frente a la competencia. Muchos propietarios vieron cómo Kia tenía que reemplazar baterías completas, lo que redujo su confianza en el modelo.
El Polestar 2, el primer eléctrico de la marca sueca ligada a Volvo, debutó con grandes expectativas. Sin embargo, pronto llegaron los problemas: recalls por los inversores de batería, fallos recurrentes de las cámaras y un software plagado de errores, incluyendo bugs de carga que lo hacían desesperante en el día a día.
El Renault Zoe es uno de los eléctricos más vendidos en Europa, pero las primeras versiones con batería en alquiler fueron un dolor de cabeza. Los propietarios tenían que pagar cuotas mensuales elevadas y, al revender, el coche perdía gran parte de su valor. A eso se sumaba una autonomía reducida y condiciones de uso confusas que alejaron a muchos compradores.
El Smart EQ ForTwo intentó conquistar la ciudad con su propuesta eléctrica minimalista. Sin embargo, su limitada autonomía de apenas 90 km reales y los múltiples problemas de fiabilidad —como fallos eléctricos, suspensión defectuosa y airbags con defectos— lo convirtieron en una pesadilla para muchos usuarios.
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