Los concesionarios de Infiniti apenas venden 24 coches al mes, un volumen que no garantiza su supervivencia. Para frenar pérdidas que superan los 2 millones de dólares anuales, Nissan ha fusionado discretamente la red de Infiniti con sus propios concesionarios, diluyendo la identidad de la marca de lujo. Smart optó por una salida aún más drástica, abandonando EE. UU. en 2019 tras no poder asumir los costes de adaptar sus modelos a las exigentes normativas locales.
Mientras tanto, Chevrolet ha eliminado modelos icónicos sin apenas anuncios oficiales. El Cruze desapareció en 2019, el Camaro dejó de producirse en 2024 y el Malibú se despedirá en 2025. La estrategia refleja un mercado donde los sedanes han perdido terreno frente al auge imparable de los SUV y las pick-ups, lo que acelera la caída de su valor de reventa y reduce las opciones para el consumidor.
El caso de Jaguar es aún más dramático. Tras cesar la producción de motores de combustión en 2024, la marca apostó todo a un futuro eléctrico con relanzamiento en 2026. El resultado: ventas desplomadas un 97,5 % en 2025, concesionarios vacíos y clientes sin alternativas. La brecha de dos años sin producto ha hecho que su estrategia “cero emisiones” se convierta en una pérdida de identidad casi irreparable.
Este fenómeno recuerda a lo ocurrido con las plataformas de streaming: demasiados actores en un mercado limitado acaban provocando una criba. La diferencia es que, en este caso, su próximo coche podría no tener tantas alternativas. Las marcas que sobrevivan a este proceso de consolidación dominarán un mercado cada vez más homogéneo, donde los SUV y los eléctricos marcarán el camino del futuro.