El británico Reliant Robin apostó por un concepto atrevido: un coche ligero de tres ruedas pensado para la economía urbana. Con su carrocería de fibra de vidrio y un consumo muy bajo, parecía una idea brillante… hasta que llegaba una curva cerrada.
Su poca estabilidad y tendencia a volcar lo convirtieron en protagonista de burlas, pero también en un vehículo de culto. Hoy se recuerda tanto por sus fallos como por su singularidad dentro del panorama automovilístico.
Tata Nano: el coche más barato del mundo que nadie quiso
El Tata Nano fue presentado en 2008 como la gran revolución de la movilidad en India: un coche nuevo por un precio inferior al de muchas motocicletas. Sin embargo, la realidad fue menos optimista. Problemas de seguridad, calidad cuestionable y una imagen de “coche demasiado básico” lo condenaron al fracaso.
Aunque nunca despegó comercialmente, el Nano permanece como un ejemplo de cómo la innovación y el bajo coste no siempre van de la mano del éxito.
En los años 50, Francia puso sus esperanzas en el Renault Dauphine, un coche con diseño encantador y accesible para las familias de la posguerra. Fue un éxito inicial, pero pronto mostró sus limitaciones: fiabilidad escasa y un rendimiento pobre, sobre todo en climas fríos.
Su aceleración era tan lenta que se ganó fama de inseguro. Aun así, sigue siendo un icono nostálgico, símbolo de una época en la que la estética muchas veces pesaba más que la mecánica.
El Daihatsu Sirion llegó con la promesa de ser un urbano práctico, espacioso y confiable. Y cumplió… hasta cierto punto. Su motor era robusto y su interior aprovechaba al máximo cada centímetro.
El problema fue que, más allá de su fiabilidad, el Sirion carecía de personalidad. Su diseño anodino y su falta de atractivo emocional lo convirtieron en un coche “correcto” que no logró conquistar a quienes buscaban algo más que simple practicidad.
El Lancia Beta, nacido en los años 70, pretendía ser una berlina práctica con el encanto del diseño italiano. Y aunque ofrecía un gran comportamiento dinámico, sus problemas de corrosión fueron tan graves que lo bautizaron como “el coche que se disolvía antes tus ojos”.
Lo que pudo ser un símbolo de calidad italiana acabó siendo una advertencia sobre la importancia del control de calidad en la industria.
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