El Pontiac Aztek o el Saab 9-3 son ejemplos de coches que dejaron de producirse y que hoy en día suponen un quebradero de cabeza. Sus piezas son cada vez más difíciles de encontrar y muchas de sus tecnologías quedaron obsoletas. Lo que en un inicio parece un chollo en el mercado de segunda mano, termina saliendo caro a largo plazo.
Coches como el Subaru WRX o el Ford Focus ST ofrecen un rendimiento espectacular gracias a sus motores turboalimentados. Sin embargo, la complejidad de estos sistemas implica un mayor desgaste, revisiones más frecuentes y reparaciones que pueden ser muy costosas. Son vehículos que requieren un mantenimiento meticuloso para no convertirse en un gasto continuo.
Un Ford Mustang de los años 60 o un Chevrolet Bel Air son auténticas joyas, pero restaurarlos puede convertirse en un pozo sin fondo. Las piezas originales son escasas, caras y difíciles de conseguir. A esto se suma la necesidad de contar con mecánicos expertos en clásicos, lo que eleva considerablemente los costes de mantenimiento.
Modelos como el Tesla Model S presumen de eficiencia y cero emisiones, pero los mecánicos advierten del elevado coste de sustituir sus baterías. Con el tiempo pierden capacidad y reemplazarlas puede costar varios miles de euros. Además, solo algunos centros oficiales están capacitados para repararlos, lo que encarece aún más la factura.
Marcas como Ferrari o Lamborghini son sinónimo de prestaciones extremas, pero también de reparaciones imposibles de asumir para muchos bolsillos. La escasez de piezas, la necesidad de talleres especializados y los precios desorbitados hacen que un fallo mecánico se convierta en un auténtico drama económico.
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