Con cualquier coche de segunda mano, el historial es crucial, pero en Tesla puede ser aún más problemático. Accidentes previos, reparaciones caseras o modificaciones no autorizadas pueden afectar a la seguridad y al rendimiento del coche. Y no siempre estos datos aparecen reflejados en los informes de historial que entregan los vendedores.
A diferencia de marcas tradicionales, Tesla utiliza piezas propietarias difíciles de conseguir fuera de su red oficial. Esto provoca esperas largas y reparaciones más caras. En modelos descatalogados, la búsqueda de repuestos se convierte en un auténtico dolor de cabeza.
Es cierto que un eléctrico tiene menos mantenimiento que un coche de combustión, pero cuando se rompe, duele. Un cambio de batería o motor eléctrico puede costar decenas de miles de euros, y no todos los talleres están preparados para reparar un Tesla. La falta de competencia en este sector eleva todavía más las facturas.
Uno de los grandes atractivos de Tesla es la actualización constante de su software, que añade funciones y mejora el rendimiento. Sin embargo, los modelos usados pueden quedarse atrás: algunos no son compatibles con el hardware actual y otros requieren suscripciones de pago para mantener funciones que antes eran gratuitas.
Un Tesla nuevo incluye una garantía de 4 años o 50.000 millas, pero en los modelos usados esta cobertura suele estar muy reducida o incluso caducada. Sin ella, cualquier reparación corre a cargo del propietario, y hablamos de un coche con componentes de altísima tecnología cuyo coste de reparación no es precisamente asequible.
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