Aunque no es un SUV premium, el Traverse es tan grande que se convierte en un problema práctico y financiero. Su tamaño lo hace incómodo en maniobras diarias y su consumo es elevado, lo que significa gastos constantes en gasolina. Para un jubilado, esas facturas recurrentes pueden restar fondos a viajes, hobbies o actividades recreativas.
El Q5 es otro ejemplo de cómo el lujo puede volverse un lastre económico. Su precio de entrada es alto y, una vez fuera de garantía, los costes de mantenimiento y reparaciones se disparan. A ello se suma la necesidad de combustible premium y servicios especializados, lo que puede agotar rápidamente los ahorros destinados a disfrutar la jubilación.
Confort y lujo son sus principales argumentos, pero el GLC comparte los mismos problemas que otros modelos premium. El gasto inicial es alto y el mantenimiento post-garantía puede convertirse en una pesadilla financiera. Piezas especializadas, mano de obra cara y consumo de combustible elevado lo hacen poco recomendable para un presupuesto fijo.
Este crossover premium deslumbra por diseño y dinámica de conducción, pero sus costes lo convierten en una mala elección para quien busca estabilidad económica. Su precio inicial ya supone un gran desembolso, pero lo peor llega al expirar la garantía: reparaciones y mantenimientos con facturas que superan fácilmente miles de euros al año, además del uso obligatorio de combustible premium.
El Atlas seduce a primera vista con su gran espacio y diseño robusto, ideal para familias. Sin embargo, su talón de Aquiles es el consumo de combustible, bastante elevado para un jubilado que quiera viajar con frecuencia. A esto se suma una reputación de fiabilidad discutida, con reportes de fallos en componentes clave, lo que se traduce en reparaciones caras y recurrentes.
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