Ford quiso revivir la gloria del Thunderbird clásico con una reinterpretación moderna, pero el resultado fue más decorado que deportivo. Su aspecto era elegante, sí, pero su conducción era torpe, y su origen compartido con plataformas Lincoln le restaba personalidad. No ayudó su motor poco emocionante ni su comportamiento poco dinámico. Las ventas cayeron en picado tras el hype inicial, y aunque fue un fracaso comercial, hoy se valora como una rareza coleccionable con encanto vintage.
El Prowler parecía sacado de un cómic: ruedas delanteras descubiertas, estética de hot rod moderno, y un diseño atrevido como pocos. Pero bajo el capó, un simple V6 y una transmisión automática arruinaron las expectativas de los entusiastas. Aunque no ofrecía el rendimiento que prometía su imagen, con el tiempo se ha convertido en símbolo de diseño audaz e irreverente, ideal para quienes valoran lo excéntrico sobre lo eficiente.
Diseñado como un “deportivo seguro”, el Bricklin SV-1 incorporaba ideas avanzadas para su época, como puertas de ala de gaviota y paragolpes absorbentes, pero la ejecución fue un desastre. Las puertas no abrían, la producción era lenta, y la empresa quebró tras fabricar menos de 3.000 unidades. Aun así, su diseño futurista y su historia peculiar le han asegurado un lugar entre los coches más extraños —y legendarios— jamás fabricados en Norteamérica.
La apuesta de Saturn por renovar su gama con el Ion terminó en fiasco. Diseño torpe, materiales baratos y un cuadro de instrumentos en el centro del salpicadero que confundía más que informaba. Su transmisión CVT tenía más fallos que virtudes, y la falta de fiabilidad general provocó el ocaso de la marca en 2010. Hoy, el Ion es recordado como un ejemplo de cómo no reinventar una marca automovilística, pero también como uno de los últimos intentos fallidos de GM por salvar a Saturn.
El Yugo GV llegó a Estados Unidos como el coche nuevo más barato del mercado, importado desde Yugoslavia. Pero esa ganga escondía un infierno mecánico: motores propensos a romperse con un simple olvido de cambio de aceite, puertas que literalmente se desprendían y acabados dignos de una maqueta escolar. Aun así, su precio inferior a 4.000 dólares despertó la curiosidad de muchos estadounidenses. Su fama de desastroso lo convirtió en la referencia absoluta de coche malo, y por eso, aún se habla de él con una sonrisa nostálgica.
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