Lanzado para competir en el creciente segmento de los SUV urbanos, el EcoSport fue un ejemplo de oportunidad perdida. Su motor 1.0 turbo de tres cilindros ofrecía un rendimiento insuficiente, y su diseño con puerta trasera de apertura lateral fue muy criticado. Con un habitáculo estrecho y una dinámica poco convincente, se ganó la etiqueta de uno de los peores Ford modernos.
El Five Hundred prometía ser una berlina amplia y cómoda, pero acabó siendo recordado como un coche aburrido y sin alma. Su motor V6 de 3.0 litros era insuficiente para su tamaño, y la transmisión CVT resultaba torpe y poco fiable. Ford intentó salvarlo renombrándolo como Taurus, pero la primera impresión ya estaba perdida.
Sustituto del Windstar, el Freestar buscaba conquistar el mercado de los monovolúmenes. Sin embargo, su V6 de 3.9 litros tragaba gasolina sin ofrecer potencia real, y lo peor llegaba con las transmisiones, que solían fallar antes de los 160.000 km. A ello se sumaban mediocres resultados en seguridad, lo que obligó a Ford a retirarlo en 2007.
Basado en el Escort, el Ford EXP fue la apuesta de la marca por un coupé biplaza económico. El problema es que sus 70 CV y una aceleración de 0 a 100 km/h en más de 14 segundos lo hacían más lento que muchos utilitarios de la época. Ni su diseño ni su mecánica lograron entusiasmar a nadie, quedando como uno de los intentos menos inspirados de Ford.
Concebido en los años 80 como una berlina eficiente y moderna, el Tempo nunca convenció. Su motor de apenas 90 CV ofrecía un rendimiento pobre y una conducción torpe, mientras que los problemas recurrentes de transmisión acabaron con su reputación. Aunque intentó ser el “anti-Toyota Camry” estadounidense, se despidió discretamente del mercado.
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