El Triumph Acclaim fue otro ejemplo de rebadging extraño cuando British Leyland decidió asociarse con Honda para reemplazar su modelo Triumph Dolomite. El Acclaim no tenía absolutamente ningún componente británico y se trataba, en esencia, de un Honda Ballade con el emblema de Triumph. A pesar de ser el coche más fiable que la marca había fabricado hasta entonces, la idea de vender un coche sin su propia identidad dejó un sabor amargo para los puristas. Si bien fue un éxito de ventas en algunos mercados, nunca fue bien recibido por los fanáticos de Triumph, quienes lo veían como una traición a la marca.
Aston Martin, con el objetivo de reducir las emisiones de CO2 de su flota, ideó una estrategia de rebadging con la Toyota IQ, a la que bautizó como Cygnet. Este pequeño urbano de Toyota recibió algunas modificaciones en el diseño, pero a pesar de su precio elevado, la demanda nunca fue la esperada. Se fabricaron menos de 800 unidades, mucho menos que las 2,000 unidades previstas por Aston Martin, lo que hizo de este rebadging un fracaso estrepitoso. La experiencia fue tan poco exitosa que el proyecto fue abandonado en menos de tres años.
El Rolls-Royce Silver Shadow y el Bentley T-Series fueron un caso de rebadging de lujo. Tras la compra de Bentley por parte de Rolls-Royce en 1931, ambos modelos compartían una base de diseño prácticamente idéntica. Sin embargo, los compradores preferían la marca Rolls-Royce como la más prestigiosa, lo que hizo que se vendieran alrededor de 30,000 Silver Shadows y solo 2,280 Bentleys T-Series. Este modelo muestra cómo, en ocasiones, el emblema de la marca era lo único que realmente diferenciaba a dos autos.
Ford decidió en 2002 darle un toque de lujo a su F-150, el camión más vendido del mundo, con una edición exclusiva llamada Blackwood. Aunque la idea de subir de gama parecía prometedora, la realidad fue muy diferente. El modelo no logró conectar con los compradores y, en solo un año, se fabricaron menos de 3,000 unidades. A pesar de la inversión y el prestigio de la marca Lincoln, el Blackwood fracasó estrepitosamente y fue descontinuado rápidamente.
En los años 80, General Motors intentó competir con marcas de lujo como BMW y Mercedes-Benz al poner el emblema de Cadillac en el Chevrolet Cavalier. El Cadillac Cimarron se presentó como un sedán compacto de lujo, pero los precios elevados y los motores de cuatro cilindros dejaron a los compradores confundidos. Incluso cuando se introdujo un motor V6 en 1985, el coche no logró cambiar su destino y se convirtió en un fallo rotundo en ventas, lo que hizo que el Cimarron fuera un objeto de burla en la industria.
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